Publicado el 09 Diciembre 2009
Una compañera de trabajo me ha preguntado qué es el Steampunk. La verdad es que no es tan sencillo definir algo tan visual y que abarca tantos campos, así que decidí utilizar la vía fácil –eso creía yo– y recurrir a ejemplos. Y empecé por los que más cerca tenía, aunque no eran los más claros, le hablé del Castillo Ambulante (Howl’s Movin Castle, 2004) y de los Final Fantasy. La expresión de su cara fue reveladora así que decidí recurrir a ejemplos más Blockbusters y le hablé de Wild Wild West (1999) y La Liga de los caballeros Extraordinarios (The League of Extraordinary Gentleman, 2003), en esta ocasión me miró como si le estuviera hablando en una variedad poco conocida del cantonés. ¿Hell Boy? Pregunté sin mucha esperanza. Pero sí –¡Om sea loado!– esa sí le sonaba.
¿Qué tienen en común todas estas películas? –A parte de que todas son de un público, digamos, minoritario– la respuesta es evidente: las máquinas. Grandes máquinas de diseños imposibles y que funcionan a vapor, como si las novelas de Julio Verne y H.G. Wells hubieran cobrado vida en diferentes escenarios. Eso es el steampunk. Podemos hablar de un mundo de fantasía, con magia omnipresente, o de la más pura ciencia ficción; si le añadimos a todo un toque victoriano, lo sazonamos con engranajes, tuercas y calderas y –¿por qué no?– cierto toque kich, tenemos uno de los grandes escenarios de la literatura actual.
Poniéndonos serios y entrando en materia; el término nació en los 80 como una escisión del Ciberpunk, una variación de las novelas negras o la pulp fiction, ambientado en el Londres victoriano o a principios del siglo XX.
Podríamos considerar como novelas Steampunk las de Verne y Wells antes mencionadas, la serie de La Materia Oscura de Philip Pullman o Las Puertas de Anubis de Tim Powers por poner algunos ejemplos conocidos. En cine tenemos las ya nombradas un poco más arriba y, no podía faltar, La Ciudad de los Niños Perdidos (La cité des Enfants Perduts, 1995) entre una larga lista. Por supuesto, también tenemos ejemplos en el mundo del comic −The League of the Extraordinay Gentlemen (A. Moore, 1999) o Clover (CLAMP, 1997)–, de la animación –Fullmetal Alchemist (Hagane no Renkinjutsushi, 2001)– o en los videojuegos –Final Fantasy IX (2000)–. Incluso hay colecciones de moda y de accesorios basados en esta estética.
Curiosamente, estos mundos ucrónicos pueden ser tanto o más avanzados que el nuestro pero siempre partiendo de una distorsión de mecanismos basados en el motor de vapor, pistones y cilindros. Con esta pequeña premisa podemos crear universos enteros de rica escenografía, con castillos a vapor que se mueven sobre patas de araña metalizadas o androides mortales que funcionen a cuerda. Cualquier cosa que podamos imaginar tiene su alterego en un universo de engranajes y carbón.
